Entre una noche oscura regada de estrellas tan brillantes que casi se podrían palpar, todo daba nacimiento a una situación inevitable en su vida. Él sabía que algo andaba mal cuando todo le hacía regresar a lo mismo.
Y entonces los vio a todos y cada uno de ellos haciendo un círculo, sentados observando como el fuego se avivaba y las llamas devoraban la leña, la yerba algo crecida despeinada por un suave viento que sin ser ventarrón se hacía brisa que perturbaba congelando las frágiles y vulnerables intenciones paralizando la voluntad, el follaje de los pinos y los pequeños arbustos decoraban su entorno. El paisaje se presentaba nuevo y ya le era habitual.
Cuando sació la observación y las pupilas dimensionaron lo que acontecía, decidió acercarse sin perturbar, pero era obvio que todos sabían de su presencia y se hacía de igual forma inapelable su participación al ritual que iba a comenzar.
En compañía de los lobos se sentó en silencio, cerró los ojos lentamente haciéndose uno entre ellos y la calma que dominaba desde hace tiempo el lugar. Dejó de pensar por un instante y únicamente comenzó a sentir, de la oscuridad y la serie de imágenes en su cabeza logró visualizar solo luces que flotaban rodeando la misma fogata y también pudo percibir que hubo conexión de todos con el todo y del todo con todos. Todo era una comunicación directa y aunque desde siempre habían sido uno mismo, en ese instante todos lo comprendieron y sintieron que la angustia del peso existencial comenzaba a aligerarse.
La aparición de un pequeño infante acompañado de su inocencia, ignorancia y curiosidad se posaron frente a él del otro lado de las llamas y todos los lobos sin dejar la interacción se postraban a sus pies, hacían reverencias y le rendían homenaje. Todo volvió a tener forma y cuerpo. La triste mirada del niño ocultaba el amaestramiento sobre ellos y parecía que no lo sabía, sin embargo se entendía que él dirigía el rito. De pronto el primero de ellos se puso sobre sus cuatro patas y se echó a andar un poco antes de dar un gran salto hacia el fondo del fuego, su aullido, llantos, lamentos y desesperación eran terribles, pero mientras transcurrían fueron sucumbiendo el miedo ante la escena. Uno a uno fueron haciendo lo propio, reduciéndose a nada, sólo siluetas que provocaban engaño de su presencia ocasionando un vacío que llenaba el todo. Heridas se abrían y adormecía el dolor, dejaba grandes rastros de tormento pero creaba cicatrices al mismo tiempo; lo que les sucedía a ellos le sucedía a él; compartían el ardor, la tristeza, el llanto, la destrucción, lamento, deformación y el alivio de la muerte. Definitivamente fue la noche mas larga de su vida.
Cuando terminó el desfile negro el niño tomó un poco de tierra y la sopló sobre las llamas que se habían posado en su pecho, le sonrío de tal manera que hizo brillar su rostro y en un instante lo cegó por completo, el mareo hizo que en segundos regresara a la consciencia. Cuando abrió los ojos notó que el alba difuminaba la silueta que enmarcaba toda la inocencia e ingenuidad del niño que se alejaba, por un instante pensó en seguirlo, decirle algo o por lo menos hacer que se detuviera y le acompañara, pero había que dejarlo ir.
La levedad y lentitud se hicieron viveza y acción, los pensamientos se transformaron en materia, el destino se unió al camino y el camino se convirtió en el destino. El coraje y la fuerza que siempre habían estado fueron desatados, crecieron alas para ver y ojos para volar. La pureza de lo nuevo en ese momento era su aura. Era un nuevo día.
Se marcó un antes y un después. Al personaje que ahora visualizas tuvo un origen.
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